Creencias que nos limitan

Por Rodrigo Joaquín del Pino, Rama

La siguiente nota no tiene como objetivo satisfacer una vana curiosidad filosófica, sino la transformación del campo perceptivo de la mente. La mente se siente falsamente segura al acumular información pero no logra la paz ni el bienestar. Por tal motivo, podemos asumir que si hay información o datos que ya no funcionan en nuestra vida práctica –adquiridos por el proceso natural de la educación formal– pueden y deben ser reemplazados por otros que sí funcionen.

La antigua filosofía oriental no puede poner más énfasis en el hecho de que si el hombre aprende a ver al mundo de otra manera el mundo le devuelve el Ser que él es en verdad. El mundo, entendiéndolo como todo aquello que se despliega ante cada uno de nosotros como la aparente realidad, responde y refleja el contenido de su mirada. Al ser el mundo un reflejo de la conciencia observante, éste cambiará cuando el hombre sea capaz de liberarse de los patrones mentales que producen los acontecimientos de su vida.

Con liberar la mente queremos decir: observar y sustituir creencias subconscientes de limitación por las conciencias opuestas. Daremos un ejemplo; en general, cuando nos gusta alguien o algo, nos preguntamos de inmediato y de manera espontánea sobre quiénes somos nosotros como para obtener ese objeto de placer. Si usted es un hombre que al mirar a una mujer muy hermosa dice “¿a ella le gustará el tipo de hombre que soy?”, “seguramente ella ya tiene a un hombre mejor que yo y por tal motivo no me acercaré”; sepa usted que esta percepción no es la verdad del asunto sino su propia creencia subconsciente. Usted puede dejar de sabotear sus sueños si reprograma su mente de manera favorable. Dígase, por ejemplo: “Soy un hombre seguro y digno de una mujer bella”. Reconocerá una nueva libertad que transformará de hecho sus resultados.

Las creencias o –en sánscrito– samskaras, son un conjunto de pensamientos que forman un paradigma mental o campo perceptivo. Una creencia da lugar a la manifestación en el mundo físico de un determinado suceso. Luego, ese suceso esperado asentará aún más la creencia que la originó, lo cual producirá en nuestro mundo más de lo mismo, y esta dinámica continúa como un interminable proceso humano inconsciente. Si observamos, por ejemplo, que en algún área de nuestra vida nos es dificultoso alcanzar cierto objetivo, podemos entender ahora que esto se debe a la existencia de patrones internos de autonegación que no se han liberado aún.

La mayoría de nosotros nos levantamos cada día y salimos a confirmar nuestras profundas creencias. Que esta vida es difícil o que esta vida es hermosa y placentera. Que hoy me irá muy bien en el trabajo o bien será un martirio. Está en nosotros elegir el patrón mental, está en nosotros elegir el mundo en que vamos a vivir. La sensación de que yo no puedo cambiar las cosas también se debe a un patrón interno de pensamiento. Incluso podemos reaprender a ver, sentir y pensar acerca de la muerte.

La vida no tiene un opuesto

La muerte es sólo una idea de limitación impuesta por el ego individual y colectivo que nunca notó que, de hecho, los cuerpos son los trajes y no las personas –llamaremos ego a la falsa identidad de nosotros mismos y Ser a la persona real que somos–. Este ego se transforma constantemente en el campo perceptivo individual con el cual vemos y sentimos la vida.

En los momentos actuales, el ego no puede percibir que las personas, al ser conciencia, son trascendentes a los cuerpos vehículos que utilizan. La idea errónea de ser el cuerpo viene producida por este ego que siempre posee una visión de falsa identidad. El ego necesita de lo ilusorio para vivir, por tal motivo sustituye la identidad trascendente del Ser por una identidad falible representada por el cuerpo físico. El ego nunca sabe quiénes somos en verdad ni tampoco quién es el otro.

La muerte crea tanta aflicción mental justamente para que el ego pueda nutrirse. Es un proceso inconsciente. En realidad nadie muere, sino que sólo los cuerpos físicos se abandonan tal como cuando uno sale de una habitación. Los maestros de las escuelas no hubieran podido enseñarnos estas cosas, ya que ellos mismos carecen de una percepción sin límite de la vida.

Los escritos védicos de la India declaran que la idea de la muerte es la originadora del miedo ancestral, fraccionado –para su mejor consumo– en cientos de preocupaciones cotidianas que nos bloquean la celebración abierta de la vida que todos somos. Y, en su contrario, nos queda la superficial pero muy común sensación de que la vida es una mera cuestión de supervivencia.

La idea de la muerte está íntimamente asociada con el cuerpo físico. Si la mente humana aceptase que el cuerpo es un valioso envase para 80 o 100 años, y que las personas, como conciencia, existen más allá de tal envase, la idea de la muerte quedaría reducida al hecho más realista de ser apenas la prescindencia de un ropaje. La mente humana aun obtendría la inmensa ganancia de sentir la sensación de eternidad, libre por fin de toda sombra de temor.

Digamos entonces que la muerte no existe más que como una idea limitante durante la vida, y que es el ego –noción de cuerpo/identidad– el que nos la vende. Nuestros seres queridos siguen su destino en otra dimensión, y lo que en verdad sufrimos es su ausencia. Si sufrimos por amor, ese amor nos reunirá más allá de la forma y expandirá nuestra conciencia. Si el amor no muere entre los seres humanos, nada morirá ni hará distancia.

Cuando las sensaciones que tenemos de nuestra vida son aún de supervivencia y no de celebración, hay trabajo que hacer. Tómese ahora unos segundos, cierre sus ojos, respire profundo y agradezca este momento en representación de todo lo que ha vivido hasta hoy. Toda creencia en la mente del hombre tiene que ser funcional a su experiencia y servir al propósito de celebrar la vida a cada instante. En pequeñas prácticas meditativas diarias encontrará gran alivio y luz en su silencio interior.

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